LA VIDA CONSAGRADA, PARÁBOLA DE FRATERNIDAD EN UN MUNDO HERIDO

Sí, eso es lo que se nos pide ser, PARÁBOLA DE FRATERNIDAD, porque no cabe duda de que nuestro mundo, en este momento se siente como el herido del camino, apaleado, golpeado, vejado, maltratado. La realidad se nos pone delante, como al samaritano que se cruza con el herido y no puede más que pararse, recogerlo y curarle las heridas en plena emergencia.

Se nos pide actuar en este momento concreto, asumiendo que la mayoría de nosotros no había vivido otro igual. Pero ¿cómo ser esa parábola de fraternidad aquí y ahora?

Para empezar, tal y como dice el Papa Francisco a los jóvenes, recordando que nadie puede pelear la vida de forma aislada, es decir, en este momento solo podemos ser lo que nuestro mundo necesita si somos testigos de comunidad unida que sale en ayuda del herido.

Y eso, ¿cómo se hace, si nos están pidiendo que nos quedemos en casa? Parece complejo pero quizás aquí es donde debemos aprender a usar todos estos medios nuevos: leamos el periódico, estemos atentas a las llamadas de las redes, escuchemos a quienes se acercan a rezar a nuestras iglesias, a quienes nos envían algún que otro WhatsApp o a esas personas que con más frecuencia que antes nos llaman porque necesitan hablar.

Curar a los heridos no es solo estar cerca de los hospitales, es estar pendiente de quienes se sienten solos, cansados, desesperanzados, agotados… y ahí estamos llamadas a ser esa Palabra Viva, esa voz profética que anuncia que Dios está a nuestro lado, que se empeña en demostrar que detrás de la tormenta viene la calma y sale el sol…

Curar a los heridos de hoy es tener palabras amables para quienes han perdido a un ser querido, para quienes sufren las consecuencias de la enfermedad o ven cómo sus negocios son cerrados una y otra vez; curar hoy nos exige dejar de lado la crítica y la queja y ponernos a tejer, con otros, redes de esperanza, de ánimo, de ternura, de todo eso que es Dios para cada una de nosotras.

Nuestro carisma de Reparación es un don en este momento, nos pide ser sanadoras de heridas, nos anima a tender puentes… y nos exige, además, creatividad profética porque todo lo anterior, quizás ya no nos valga.

El Samaritano no se queda hasta que el herido se cura y vuelve a su casa, es esa mano amiga que en la emergencia actúa, dando paso, más tarde, a otros que sostienen lo que él empezó.

Y a eso estamos llamadas, a ser esos pequeños gestos que inician un cambio en el curso de las cosas, esas pequeñas “palabras” sanadoras que construyen Reino, convencidas de que Él, nuestro Dios, es fiel y cumple su promesa.