PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR,
ENDEREZAD SUS SENDEROS.
Esto dice Juan, la voz que grita en el desierto: preparad caminos. En el desierto hay silencio, soledad, noche; toda voz, compañía, claridad se pierden. Nos quedamos sin nada y eso nos da miedo; viene la tentación de volver atrás. Pero en el desierto acontece la intervención creadora de Dios. Por eso, el Espíritu nos empuja al desierto, nos habla al corazón y nos prepara para recibir a Jesús. El desierto de nuestro dolor, de nuestra pequeñez, de nuestro pecado, nos abre a Jesús. Cuando oramos hallamos al que es el Camino y abrimos caminos de generosidad solidaria en favor de los que tienen menos.
A lo que nos invita Juan es a prepararnos para recibir al que tiene que venir y para prepararnos es necesario abrirnos al deseo de la paz mesiánica. Se trata de reconocer que, en cada uno de nosotros, en nuestras familias y comunidades, hay un “lobo y un cordero”, una “pantera y un cabrito”, “un novillo y un león”, “un niño y una serpiente venenosa” que no están reconciliados y necesitan serlo para configurarnos como hombres y mujeres nuevos, revestidos de Cristo, configurados por la paz Mesiánica.
Jesús es el que vino y sigue viniendo, ¡Ven Señor Jesús! Vino en la pequeñez del pesebre, pasó haciendo el bien, entregó su vida para mostrarnos su fidelidad incondicional y retorna continuamente pacificando: “La paz con vosotros”. Desenmascarar la serpiente, el lobo, la pantera, el león… que llevamos dentro, que nos autodestruye y destruye a los que nos rodean, es allanar el camino para que aflore la criatura vulnerable que somos, y que es querida incondicionalmente por el Dios de la Vida, la Misericordia y la Ternura. (Toni Catalá SJ).