De pronto, la estrella que habían visto en oriente avanzó delante de ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre, María, y echándose por tierra le adoraron; abrieron sus arquetas y le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra.
(Mateo 2, 9-11)
Guiados por la Estrella, los tres Reyes Magos se pusieron en camino para adorarlo. Representando a toda la Humanidad, buscaron al Niño no sólo para conocerlo, sino para aceptarlo como Rey, Dios y Hombre. El día de la Epifanía del Señor es día de adoración, día en el que además de aceptar al Niño hecho Dios, aceptamos nuestra necesidad de comunión con Él.
Santa Rafaela Mª desde el primer momento tuvo presente, como los Reyes Magos, la importancia de la adoración. “Dedicaremos nuestra vida a adorarle en la Eucaristía y a trabajar para que todos le conozcan y le amen.” Toda su vida fue continua adoración al Santísimo. Pasaba largos ratos con Él, en los que se miraban mutuamente: “Yo miro al Señor, y Él me mira a mí.”
Pero Dios quiso que el 6 de enero, Santa Rafaela hiciera su mayor adoración. Se entregó a Él y se sintió en verdadera Comunión con Dios. Sobre las seis de la tarde y escuchando de la hermana enfermera el nombre de Jesús, repetido bajito y muchas veces, entregaba su vida la persona que nos ha enseñado que adorar a Jesús-Niño, a Jesús-Eucaristía es un acto de comunión plena.
Busquemos la Estrella y apoyados en Santa Rafaela Mª seamos adoradores, seamos capaces de mirar con los ojos del corazón, de dejarnos impregnar por Él, y de hacer todo por Él y en Él.