Pentecostés encuentra en nosotros este año, una resonancia particular. Estamos viviendo una época de crisis inesperada y necesitamos recibir un nuevo aliento del Espíritu que avive, en este tiempo de confinamiento, la esperanza de un mundo nuevo, de cambio y transformación.¿Por qué no considerar este tiempo de encierro, como la espera de los discípulos en el Cenáculo, encerrados, asustados, sin saber qué les reserva el día de mañana?¿Por qué no considerar este confinamiento como tiempo de maduración, de interioridad, de encuentro con el Espíritu para disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, del encuentro con el entorno familiar, de tiempo para hablar con Dios, contemplarlo, adorarlo?
Las puertas de nuestros confinamientos se están abriendo y estamos llamados a hablar un nuevo lenguaje, el de la solidaridad: donde las personas pueden construir una mejor convivencia y una vida digna para todos. El idioma de Dios es el idioma del corazón, el del amor transmitido por el Espíritu a todos. Dios mira nuestros corazones, no las apariencias. No elimina las diferencias que puedan existir entre nosotros, Él las trasciende, las respeta, sin que esto sea un obstáculo para la unidad.
El Espíritu nos da el coraje de dar un paso hacia el otro, de vivir en PAZ, sin miedo, nuestra relación con los demás. Sabemos que la PAZ es tanto un regalo de Dios como fruto de nuestro compromiso. Apoyar nuestro compromiso personal por la PAZ supone: Acogerla, Anunciarla y Construirla.
ACOGERLA:La PAZ regalo de Dios, necesita corazones para ser recibida. Cuando el Resucitado se manifiesta dice: «PAZ a ti», no temas, eres perdonado, la vida ha sido más fuerte y el amor lo transfigura todo. Acoger la PAZ lleva a anunciarla.
ANUNCIARLA: Si la PAZ llena nuestro ser no debe permanecer confinada dentro de nosotros. Jesús, al mismo tiempo que da la PAZ, envía a sus discípulos en misión. “¡La PAZ sea con vosotros! Así como el Padre me envió, yo también os envío.” La PAZ es fuerza, impulso, y se convierte en responsabilidad de anunciarla a otros. Sin embargo, anunciar la PAZ no es suficiente. También es necesario construirla.
CONSTRUIRLA: La PAZ es trabajar en uno mismo, trabajar con los demás, para que la unidad tenga la última palabra. Unidad bien entendida como comunión. Unidad en la belleza de las diferencias, a veces, en sus supuestas disonancias. Es decir, entrar en el combate diario de la paciencia y la perseverancia, cuando el desánimo amenaza. Se trata de pasar de las palabras a la acción. «Todos recibimos el don de manifestar el Espíritu para el bien de todos», dice San Pablo.¿Cuál es, este don que hemos recibido, en Pentecostés para el bien común? ¿Cómo promover la concordia, la unión de los corazones en el único Espíritu?
El Espíritu aporta a nuestro mundo el proyecto humanizador de Dios. Y es Tiempo de Esperanza. El cambio de la cultura individualista a la corresponsabilidad se está convirtiendo en un modo de existencia en estos tiempos de pandemia, con ejemplos de ciudadanos que han mostrado ayuda a sus vecinos mayores y frágiles, búsqueda del bien para los enfermos, los más necesitados, facilitando la vida en el confinamiento. La llamada a la corresponsabilidad se dirige a todos y se impone una respuesta individual responsable, un retorno a lo humano, a sus valores fundamentales como condición para seguir la vida.
Y recordamos que el Espíritu cruza todos los límites de las personas, de las fronteras entre pueblos, y también cruza nuestras fronteras internas.¿Cómo dejo que el Espíritu de Dios cruce mis fronteras? ¿Cómo le permito curar en mí y en nuestro mundo lo que está herido, suavizar lo que está rígido, calentar lo que está frío, corregir lo que está mal?¿Cómo prestamos atención a estos frutos y dones del Espíritu en nosotros? ¿Cómo los cultivamos? ¿Cómo damos gracias por ellos?
El Espíritu da fruto en nuestras vidas de paz, alegría, perdón, misión, unidad. Unamos nuestros corazones en la oración de toda la Iglesia para continuar derribando los muros de separación y del miedo. Que continuemos proclamando en todos los idiomas las maravillas de Dios realizadas por el Espíritu de Jesucristo. Le pedimos juntos: «Ven, Espíritu Santo, ven a nuestros corazones, Sopla tu Espíritu Señor, Dios de la Vida».