¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: —Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto.
Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: —¿Por qué tenéis que desatar el borrico?
Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban —Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo! (Marcos 11, 1-10)

Nos adentramos en la Semana Santa, fundamento y razón de ser de nuestra fe. Comenzamos con vítores: ¡Hosanna! ¡viva el Altísimo!, y la terminaremos con el canto de ¡Aleluya, vive!

Tenemos delante una semana para acompañar, estar, contemplar, sentir y amar. Quizás me cuesta tener que pasar otra Semana Santa en casa, sin excursiones, sin grandes viajes. Sin embargo, puedo entrar en lo más profundo de mi mismo/a y acompañar a Jesús en la Cruz y resucitar con Él a una vida nueva.

Hoy contemplamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, aclamado con ramos y alfombra de mantos. Lo reconocen como el que viene en nombre del Señor, como el salvador, pero salvador ¿de qué? Ellos esperan que sea el liberador de la opresión romana.

Jesús nos trae otra salvación, que no es política, ni económica, es la de Dios. Quizás esto desilusionó tanto al pueblo que, los que hasta ahora le aclamaban, días después acabarían pidiendo su crucifixión.

Creer en Jesucristo supone seguirle, confiar en Él. Seguramente yo no voy a gritar crucifícalo, pero sí puedo como Pilatos lavarme las manos, quitarme de en medio y mirar para otro lado cuando me encuentro con la pasión de Jesús reflejada en los hombres y mujeres que sufren en nuestro mundo. Hoy puedo pararme a reconocer dónde y cómo proclamo mi fe:

  • En la misa del domingo
  • En el grupo al que pertenezco
  • Con los que me aceptan
  • Con los que quiero
  • Cuando se confirman mis opiniones
  • Cuando siento a Dios cerca
  • En el lugar de trabajo, de estudio
  • En el tiempo de ocio
  • En mis opciones políticas
  • En cómo empleo mi dinero
  • Cuando me supone compromiso y me complica la vida
  • Compartiendo el dolor de los que sufren

Hoy no puedo ir con mi palma a expresar mi fe a la calle, en “la procesión del borriquito”, pero puedo expresar mi fe en la oración, en el encuentro con Jesús. No tengo a los compañero/as de acera, que como yo ven pasar a Jesús, pero puedo traer a la memoria a los hombres y mujeres que, en muchas aceras, buscan la solidaridad y la fraternidad que les falta.

Jesús pide un borrico y se lo dan.

¿Qué necesita hoy Jesús de mí?  ¿Qué estoy dispuesta/o a darle?