«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos»

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SEXTO DOMINGO DE PASCUA

En la primera y en la segunda lectura nos encontramos con algunos de los discípulos del Resucitado, que han superado los miedos y la desesperanzas, y hacen los mismos signos del Reino que habían visto hacer a Jesús, dan razón de su esperanza.

En el Evangelio de hoy vuelven a resonar aquellas palabras de Jesús en la cena de despedida, a modo de recordatorio, ese amor para SIEMPRE que sella, en aquella comida tan preparada y deseada.

En estos momentos que estamos encerrados, confinados… (aunque ya comenzando un camino de desescalada), quizás estamos más sensibles y percibimos mejor, ¡Cuánto amamos! Y ¡Cuánto nos aman! Echamos de menos a los que se van para siempre, y a los que están, pero no podemos encontrarnos… Sentimos una profundad gratitud por todos los que quedaran para siempre, como esa generación de HEROES, que al modo de Jesús están entregando y arriesgando la vida.

Lo sorprende del Evangelio de hoy, es que Jesús hace la misma invitación al amor que había hecho antes de la traición, no guarda ni una pizca de rencor, sigue contando con aquellos que le habían dejado solo en la pasión, les hace encontrarse con su propia verdad para que reconociéndola le sigan más de cerca.

Jesús sabe que el camino que han recorrido con Él, el tiempo que han pasado con El, no ha sido estéril, que dará su fruto, pero han tenido que experimentar su propia pascua, la soledad y la desesperanza. El miedo, la tristeza, la incertidumbre… los disponen a acoger el espíritu que los libera y los hace testigos, seguidores, amigos, hermanos, y hoy sanitarios, transportistas, cuerpo de seguridad… que continúan con el oficio de sanar y aliviar “toda enfermedad y dolencia”.

Jesús no deja solo a los que ama, cumple su promesa, les da EL ESPIRITU DE LA VERDAD, el que nos hace libres para amar. La invitación del Resucitado es vivir en el amor, sostenidos en su ESPIRITU.

El lunes celebramos la Solemnidad de Santa Rafaela María, mujer que supo descubrir y experimentar hondamente ese AMOR sellado en la mesa de la eucaristía.