La red MAG+S España propone cada verano numerosas experiencias de Salir, Seguir y Servir para concretar los deseos de “algo más” que comparten todos los jóvenes que participan en ellas. El pasado mes de julio volamos tres chicas a Camerún con un objetivo propuesto: viajar a los márgenes para volver al centro. Allí nos acogió con los brazos abiertos la comunidad de Esclavas del Sagrado Corazón de Bikop, un poblado de unas cincuenta personas inmerso en la selva camerunesa. La misión principal de las hermanas es dirigir una escuela infantil y un dispensario médico, al que vienen enfermos y trabajadores de muchos kilómetros a la redonda.
Desde el primer día cogimos el ritmo del dispensario y de la comunidad; liturgia de las horas, servicio en la casa y en el dispensario, en consulta, en el laboratorio, en la farmacia… En todo momento había algún recado que hacer, muestras para analizar, cajas que ordenar, medicinas que entregar, alguien a quien saludar o escuchar. Nos quedábamos admiradas de la asistencia sanitaria de calidad que se brinda allí a los pacientes a pesar de los pocos recursos de los que se disponen.
Aparte de colaborar en el dispensario, también tuvimos la oportunidad de unirnos a un campamento organizado por la familia ACI en una ciudad cercana. Esos días fueron especialmente bonitos porque convivimos con jóvenes de nuestra edad compartiendo todo; mesa, oración, conversaciones, cansancio, deporte, canciones y bailes, unidos por el servicio a los niños. Definitivamente, es la experiencia de comunión agradecida la que nos impulsa a ser don para los otros.
Creo que necesitaba salir al sur para ver en primera persona las desigualdades del mundo en el que vivo, traducidas en falta de necesidades básicas, injusticia, realidades concretas de pobreza máxima y de todo tipo, crisis medioambiental y de educación, falta de estructuras de gestión y presencia de demasiadas de corrupción… y aunque simplemente verlo es algo que necesariamente te remueve, para mí el reto es, con todo, dar un salto a la confianza en Dios y vivir en la esperanza de cambio. Especialmente cambiar mi mirada para ver, entre tanto «lío», las actitudes ejemplares, los detalles generosos, el amor descrito de otras maneras que desconocía y de las que carezco. He aprendido a relativizar mis problemas (ahí sigo), y surge en mí el deseo de seguir formándome para ayudar a construir un mundo en el que haya más fraternidad y paz, con dos condiciones; equilibrar la balanza del realismo e idealismo, y apoyarnos todos juntos en comunidad. “Hay que abrirse a lo imposible que nace en esta tierra”, Benjamín González Buelta. También he aprendido mucho de la cultura del país, del porqué de muchas tradiciones que me resultaban raras, de la gastronomía, del cultivo de la tierra, de las enfermedades más comunes… Observando todos estos factores más externos, la reflexión que brota es que Dios es más grande de lo que puedo imaginar y las fronteras no merecen la pena ni con Él ni con nadie.
Marta García Arauzo