“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».(Jn, 20, 19-2)
En el último año todos hemos vivido momentos de desasosiego, la alegría de la Pascua se mudó en tristeza, desaliento, duda y poca fe. La llegada de un nuevo domingo de Pentecostés, el segundo que vivimos en tiempos de pandemia, nos llama este año a la esperanza, a vencer el miedo.
Resuena en nosotros la necesidad de gritar bien alto (o quizá chillar) VEN ESPÍRÍTU y somos quienes debemos abrirnos, preparar el huequecito y recibirlo, quienes tenemos que decir: ven y riega la tierra en sequía, hemos de doblegarnos para hacer lo que el Espíritu nos sugiera. Cuántas veces le pedimos un don y Él nos regala otros bien distintos, nos los concede además en abundancia, rebosantes, precisamente aquel don que -parece ser- no queremos ese quiere el Espíritu. No siempre es fácil hacerle un sitio. Hemos visto trastocados muchos proyectos, rotos nuestros anhelos y nos sabemos frágiles, inseguros, sobrecogidos y aun así tenemos tanto que hacer, que ayudar, que experimentar, que dar, que expresar.
Solo la fuerza nos permite hoy agradecer, agradecer dones tan distintos, tan necesarios, tan complementarios de las personas que nos rodean y vivir con paz.
Este es el reto de este día, de la vida, de la fiesta de Pentecostés (la tercera más importante en nuestro calendario después de la Navidad y el domingo Resurrección): imbuirnos de alegría porque el Espíritu llega y se queda. Sí, sí, permanece, si le hacemos morada, si demostramos que somos sus amigos, nos reúne y Él nos pone en su camino, en esa ruta que no suele ser la ambicionada por mí, ni tampoco por ti. Leo que eso es novedad y lo que tú o yo pretendemos simple rutina. Hay que reconocer que el Espíritu nos desordena y descoloca cada día.
Noemí Serrano Argüello, Asociación Antiguas Alumnas de Valladolid