Estando mi cuñada embarazada de su primer hijo expresó espontáneamente: “no me veía como madre hasta que conocí a Pablo”.
Imagino que a Dios le pasó algo parecido con María… Así traigo últimamente la historia que tengo que contemplar… para con mis sentidos, memoria, imaginación, razonamiento y afectos… sentir y gustar.
… las tres personas divinas miraban la redondez de la tierra llena de personas, y viendo que andaban perdidas, se determina en su eternidad que “hay que hacer algo”.
Ver las personas en tanta diversidad: unas blancas y otras negras, unas mujeres y otras varones, unas en paz y otras en guerra, unas llorando y otras riendo, unas sanas, otras enfermas, unas naciendo y otras muriendo…
Ver y considerar las tres personas divinas cómo miran toda la haz de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y les cubre la oscuridad… pero, su mirada se detiene en una mujer de nombre María toda llena de Dios, de sus promesas, sueños y esperanzas, en quien la mentira, el orgullo, la corrupción no tienen ningún poder… y entonces deciden que la segunda persona se haga humano, para salvar el género humano desde dentro, y así venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel Gabriel a nuestra Señora… [cf. EE 102 EE 106]
La encarnación no es «un hecho» milagroso puntual sino una vida. Una vida con un corazón de carne que, invadida del amor infinito de Dios, es fecunda en extremo porque da vida de Dios. Nuestra esperanza es que cuando Dios en su infinita bondad y misericordia contempla el mundo, encuentra algo de sí mismo en nosotras y a partir de ahí se alegra y se encarna para dar al mundo más de su vida… Así comienza esta preciosa historia: ¡Alégrate! porque conozco tu corazón y juntos podemos dar más de mi vida … si tú quieres. ¡Hágase!