I Domingo de Cuaresma

Inmediatamente el Espíritu lo llevó al desierto, donde pasó cuarenta días sometido a pruebas por Satanás. Vivía con las fieras y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar la Buena Noticia de Dios. Decía: —Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios. Arrepentíos y creed en la Buena Noticia. (Marcos 1, 12-15)

Nos adentramos en la Cuaresma y comenzamos contemplando a Jesús en el desierto, guiado por el Espíritu. Desierto, soledad, silencio, aridez, miedos y luchas, calor y arena, frio y sequedad. Lugar de contradicciones, tentaciones, pero lugar donde Dios se hace presente.  El pueblo de Israel también caminó durante cuarenta años de travesía en el desierto, para alcanzar la tierra Prometida.

Jesús nos muestra con su vida, que es necesario pararnos para encontrarnos con nosotros mismos y poder escuchar su voz, que grita en los pobres de la tierra y que susurra en el fondo de nuestro corazón.

Jesús, como nosotros cada día, se tropieza con el mal, “Satanás le pone a prueba”, como nos pone a nosotros cuando ante el sufrimiento de tantos hombres y mujeres miramos para otro lado, cuando no queremos ver a los que la sociedad hace invisibles, a los que no cuentan. El mal también nos acecha en forma de necesidades egoístas, de placeres fáciles, de egoísmos que nos cierran en mascarillas de indiferencia y durezas.

Los “ángeles le servían” hoy es un buen día para rendir homenaje a todos “los ángeles” que han puesto sus vidas al servicio de los enfermos en la pandemia”; pero, también para reconocer y agradecer a los ángeles de nuestra casa, de nuestra familia, de nuestros amigos, que nos facilitan la vida, que nos apoyan, que nos escuchan, que caminan a nuestro lado en lo cotidiano, en la rutina gris y sencilla de la propia existencia.

Jesús, a continuación, va a anunciar la Buena Noticia de Dios. Hoy nuestro mundo necesita Buenas Noticias. Necesitamos saber que no estamos solos, que Dios está en medio de nosotros acompañando, sufriendo, y alegrándonos, aplaudiendo cada vez que un enfermo sale de la UCI.

Hoy Dios nos llama a generar esperanza, a fortalecer a los decaídos, a tener en cuenta a los que no cuentan, los olvidados, los predilectos de Dios. Se nos invita a proclamar que sí es posible una sociedad más justa y fraterna, que sí es posible superar esta crisis, que la solidaridad y la fraternidad existen.