Dios hecho niño

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Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12).

La señal que se nos anunciaba hace días ha llegado, ¡Dios se ha hecho Niño! No hay señal más grande que esta y, a la vez, tan pequeña y discreta. No nace por casualidad ni por capricho, sino por un amor que sobrepasa.

Dios sigue contemplando nuestro mundo, preocupándose por la realidad de cada uno; donde encuentra rupturas, tristezas, sin-sentidos… y ahí es donde decide nacer hoy, movido por el deseo de hacer algo. Viene a nosotros de una forma concreta: frágil, expuesto, necesitado de otros, pobre, desprotegido… envuelto de amor por una familia, independientemente del lugar o, incluso, haciendo del pesebre un hogar.

El nacimiento de un bebé lo cambia todo en las vidas que lo rodean, modificando los planes, reordenando deseos y relativizando otras preocupaciones. Nadie que sea próximo a él se queda indiferente ante su llegada. Hoy ha nacido Jesús y viene a cambiar nuestras vidas. De nosotros depende acercarnos, acogerlo y ser próximos hasta el punto de dejar que este Niño reordene nuestros deseos.

La iniciativa es de Dios, nace y se pone en nuestros brazos con absoluta ternura y confianza. El siguiente paso es decisión nuestra, de cada uno: ¿qué hacer con un niño en brazos? Podemos apartar la mirada o contemplarle, dejando que nos transforme. Desde que nace nos va enseñando el camino del Amor. ¡Cuántas cosas tenemos en nuestros brazos, en nuestras manos, y no nos damos cuenta! O no queremos darnos cuenta. Este Niño cuenta con nosotros, con lo que cada uno puede hacer en su realidad.

Dejémonos mirar por Su ternura y pidámosle que nos ayude a reconocer en nuestras vidas tantos rostros que también necesitan ser acogidos y contemplados como Él… y están ahí, junto a Jesús, en nuestros brazos. Que su nacimiento no nos deje indiferentes y nos mueva hacia un Amor sin fronteras.