Nos pasamos la vida buscando señales. Crees que no. Pero si te paras a mirarte y a mirar a tu alrededor, lo hacemos mucho más de lo que creemos. Buscamos gestos en los rostros de las personas que nos digan que nos aprueban, que les gustamos… buscamos detalles que nos digan que sí, que lo hemos hecho bien; buscamos señales de Dios en la vida, que nos digan por dónde ir, buscamos en los signos de los tiempos cómo llevar a Dios al mundo con un lenguaje que se entienda…
“El Señor os dará un signo: Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros” (Is 7,14). El Señor nos dará un signo. Sólo hay UN SIGNO: un bebé – frágil, débil, necesitado de todo- que nos habla de una manera de estar en el mundo, un modo de ser, de relacionarse, de vivir…
En adviento, todo nos habla de la insistencia a encontrar ese “signo” en nuestra vida cotidiana. Poco a poco nos va disponiendo para ser capaz de escuchar el latido de ese niño que es “Dios-con-nosotros”. A veces ese latido se percibe fuerte y es muy evidente, pero en ocasiones, no se distingue. Porque a nosotros nos gusta lo grande, lo fácil, lo brillante, lo fuerte… y ese latido nos habla de humildad, de abajo, de debilidad, de pequeñez, de esfuerzo…
¡¡Marana thá!! Ven, Señor, y enséñanos a percibir SU LATIDO en lo pequeño, en lo débil, en lo humilde de cada día, de cada persona, de cada situación.