Rafaela y Pilar


Santa_Rafaela

Rafaela María Porras Ayllón nace el día 1 de marzo de 1850 en Pedro Abad, un pequeño pueblo de Córdoba (España), en el seno de una familia acomodada de aquella época. Crece en un hogar donde -como en tantos otros- la fiesta, el bullicio, la alegría, las sonrisas conviven con la entereza,  la serenidad, el dolor, la aceptación de las situaciones difíciles; allí el trabajo, el esfuerzo, la exigencia se entrelazan con el descanso, el sosiego y la ternura.

Cuando muere su madre, ella y su hermana Dolores deciden que el mundo ya no va a girar alrededor de ellas… Ese mundo de pobreza -que las rodea y las necesita– entra de lleno en sus vidas. Corre el año 1874 cuando comienzan su andadura en la Vida Religiosa, llegando a fundar la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón.

Rafaela María va a vivir mucho en cantidad y calidad. Después de echar raíces profundas, cimientos sólidos, su obra se extenderá en tiempo y espacio con alas fuertes, en suelo firme. Ella se sabe miembro de una familia muy grande, la de todos los hijos de Dios y durante toda su vida nada de lo de sus hermanos, los seres humanos, le va a parecer ajeno, busca con todas sus fuerzas que todos “lo conozcan y lo amen”.

Muere en Roma el 6 de enero de 1925. Después de recorrer muchos caminos nos deja un paisaje muy variopinto, en momentos lleno de chispas, de color, de viveza; en otros hay dolor, sufrimiento, aparece una monotonía que hay que contemplar para sacarle todo su jugo.

Rafaela María se dejó “atrapar” por el amor de Dios y no pudo hacer otra cosa que responder a Él en cada momento: “Soy toda de Dios»; «Yo sé por experiencia cuánto me ama y mira por mí»; «Dejarme en las manos de mi Dios con entera confianza, como una hija en los brazos de su madre»; «Viéndome pequeña estoy en mi centro porque veo todo lo hace Dios en mí y en mis cosas, que es lo que yo quiero”.

Creyó que la comunión era el verdadero camino hacia el Reino y se hizo, como Jesús, pan y vino hasta dar la vida.

Santa Rafaela María no estuvo sola en su camino. A su lado encontramos siempre a su hermana, Dolores Porras Ayllón, que dentro de la Congregación, se hizo llamar Pilar. Esta era 4 años mayor que ella, y su infancia y primera juventud estuvo siempre marcada por las necesidades y el temperamento fuerte y emprendedor de su hermana. Fue Dolores quien gobernó la casa paterna a la muerte de su madre, y quien organizó la salida de allí, cuando decidieron las dos entregarse a Dios en la vida religiosa. “Alma de fuego, voluntad de acero, corazón de oro – todo un carácter” dicen de ella personas que la han conocido y tratado de cerca.

Cuando nació el Instituto de Esclavas en 1877, tras el reconocimiento del Cardenal de Toledo, que la M. Pilar consiguió, todos sus esfuerzos materiales y espirituales fueron para su querida “familia”, las Esclavas, sin poner límites a su entrega. No son pocas las cartas, de su voluminosa correspondencia (conservamos 4.975 de ellas), que terminan: “hoy no puedo más”. Con continuos viajes en tercera clase de aquellos trenes de la época, buscaba el sostenimiento económico y la expansión del Instituto a otras ciudades.

Entre las dos hermanas existió siempre un fuerte cariño, intocable, aunque con roces naturales causados por sus diferentes temperamentos y las complicaciones de los primeros años de fundación. Cuando la M. Pilar se encontró igual que su hermana, retirada de todos sus cargos, la relación de cariño entre ellas y su amor por el Instituto brotó con más fuerza y profundidad. Ambas se ven desplazadas para ser cimientos escondidos del edificio de la Congregación de las Esclavas, y viven sus últimos años entregadas a la voluntad de Dios sobre ellas, dedicándose a la oración y a pequeños trabajos caseros. La M. Pilar muere en Valladolid, en 1916.