Un año más celebramos la festividad del Corazón de Jesús. En su última encíclica, Dilexit nos (“Él nos ha amado”), el papa Francisco nos dejó un mensaje orientado a recuperar el valor espiritual y simbólico del corazón en un mundo que “parece haberlo perdido”. No se trata tanto de volver a la antigua devoción, cuanto, de caer en la cuenta del valor de este símbolo universal, el corazón, cuando lo vinculamos a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y entonces, en el corazón se nos manifiesta su amor humano, capaz de tocar y movilizar nuestro corazón, y su amor divino, que se nos oferta como misericordia que sana, repara y reconstruye nuestro corazón herido, el de la humanidad y el de la propia tierra.
En un momento en que experimentamos dolor e impotencia ante tanta violencia y tanta muerte en nuestro mundo, esta fiesta nos recuerda que el Corazón de Jesús es un Corazón herido, traspasado… que sufre el dolor de las barbaries que acompañan nuestra historia: Gaza, Ucrania, los expulsados cada día de USA, y un largo etc. Es un Corazón abierto, para darnos cobijo, para hospedar nuestros miedos y soledades, para regalarnos sentido. Es un Corazón que no deja de manar agua y sangre… de darse hasta el final, para, con su vida, fecundar la nuestra, reparar nuestras heridas, reconstruir las rupturas en nuestras relaciones, acariciar nuestras dolencias, reanimar nuestra esperanza y transformarnos en hombres y mujeres para el mundo, que quieren también abrir sus corazones y acoger con amor tanta vida rota que precisa ser recibida, abrazada y sanada.