Cuando estamos más frágiles, más tibios o con menos fuerzas.
Cuando estamos estancados y no podemos crecer solos.
Cuando no tenemos los pies enraizados en nuestra tierra y no hay savia que nos alimente.
Cuando nos sentimos tristes o perdidos y no sabemos bien por donde ir.
Cuando no sabemos cerrar las heridas que la vida nos deja.
Como la higuera que no da frutos.
Entonces es cuando más necesitamos que nos cuiden.
Entonces es cuando menos queremos dejarnos cuidar.
Nuestras defensas se ponen todas en posición para repeler si nos tocan.
Y seguimos muriendo, secándonos, como la higuera.
Pero Dios nunca nos abandona. Su paciencia no tiene límites.
Su misericordia estará por siempre a tu lado.
Él te dice a gritos: ¡Déjate cuidar!
Déjale hoy. Deja que el Señor te pode, te corte lo muerto.
Te riegue y te eche abono. Te limpie el polvo de las hojas.
Te ponga guías para que te ayuden a seguir el camino.
Déjale que Él te acaricie y espere en ti. Como a la higuera.
Sólo puedes ganar. No hay nada que perder, porque está ya todo casi perdido.
Déjate cuidar.