Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado este Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él. El que cree en él no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios. El juicio versa sobre esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Y es que sus acciones eran malas. Quien obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para que no delate sus acciones. En cambio, quien procede lealmente se acerca a la luz para que se manifieste que procede movido por Dios. (Juan 3, 14-21)
Dios por amor nos da a su Hijo. Nos lo da para que tengamos vida eterna, vida plena. Dios no viene a prohibir, limitar, imponer, sino que viene a ofrecer plenitud y para siempre.
Jesús no viene a juzgarnos, sino a salvarnos. A salvar al herido, al roto, al que no encuentra sentido de vida… y al que no siente necesidad de salvación porque cree que lo tiene todo, pero necesita ser salvado de su egoísmo, de sus seguridades, indiferencias, durezas….
Yo ¿a qué grupo pertenezco?, ¿de qué necesito ser salvado/a?
¿Cómo me sitúo en la vida cotidiana salvando o juzgando a los demás?
¿disculpo sólo a los que quiero, a los míos, o a toda persona que se cruza en mi camino?
Al mirar mi vida, ¿cómo me descubro, cuál es el talante que marca mis actuaciones, conversaciones: la queja, la crítica o la disculpa, el perdón, la valoración de lo positivo de los demás?
“La luz vino al mundo”. En nuestra vida diaria nos tropezamos con infinitas luces: cálidas, frías, de baja intensidad, de bajo consumo…; elegimos la luz adecuada para cada espacio: para la cocina, el dormitorio, la sala… y para cada momento: intimidad, fiesta, trabajo… Necesitamos la luz para ver lo que hacemos, donde estamos, con quien hablamos, pero ¿qué luces iluminan mi vida, mis relaciones, mis elecciones, mis decisiones?:
- La luz de mi partido político
- La luz de las Redes Sociales
- La luz de los míos, de “mi tribu”, de mis intereses
- La luz del bien común
- La luz del Evangelio
- La luz del amor, la fraternidad, la justicia, la solidaridad.
En ocasiones, al anochecer no encendemos las luces por pereza de movernos, por ahorrar, por seguridad “¡ya conozco mi cuarto!” ¿Soy de los que prefieren vivir en la oscuridad?
Tenemos dos luceros gratuitos, que nos acompañan noche y día: la luna y el sol.
¿Soy consciente de las luces que hay en mi vida que se encienden sin que yo las solicite?, ¿doy gracias por ellas?
En lo más profundo de nuestro ser hay una luz: el Espíritu de Jesús que me ilumina, acompaña.
¿Le dejo que alumbre mi vida?,
¿qué aspectos de mi vida son iluminados por la Palabra de Dios?