Solemos pensar que somos nosotros los que encontramos, los que esperamos, los que tomamos decisiones y elegimos, los que sabemos qué es lo mejor, los que llevamos las riendas de nuestra vida… También solemos descubrir – una y otra vez- que no, que hay Alguien que ya nos encontró, nos eligió y nos amó primero. Y este descubrimiento tiene mucho que ver con nuestro CAMINO del ADVIENTO.
Leemos en la primera lectura del II domingo de adviento: “Sobre él se posará el Espíritu del Señor…” y en el evangelio del día de la Inmaculada: “El Espíritu vendrá sobre ti… “. Porque el Espíritu es el protagonista de esta historia de la Encarnación de Dios en el mundo. Él es el que HACE. El que hace brotar lo nuevo, el que hace germinar, el que gesta en nosotros. Nuestra tarea es dejarnos acoger, dejarnos iluminar y guiar,
DEJAR. DEJARME es la segunda palabra del adviento. Dejarme cuidar, reparar, sorprender, amar, salvar… A nosotros, indiscutibles protagonistas y superhéroes de nuestras vidas, nos resulta un tanto complicado. DEJARME, como María. Dejarme, aceptando que yo no puedo porque soy criatura y frágil. Dejarme, permitiendo a Dios que me acompañe y permitiendo que me acompañen también las personas que hay en mi vida. Sólo así podremos engendrar a Dios en nuestra cotidianidad. Sólo así podremos descubrir miles de encarnaciones: gestos, superaciones, miradas, acciones que son presencias de Dios gestadas con el Espíritu en la fragilidad humana. Este es el reto de esta semana: dejar, dejarme, dejarnos… y descubrir en lo cotidiano esas gestaciones.